El deporte es una de las actividades más importante en la sociedad moderna y global en la que vivimos. Capaz de movilizar masas, generar ingentes cantidades económicas, y paralizar Estados e, incluso, continentes. El nivel de popularidad de sus figuras es mayor que la de intelectuales, políticos o científicos, por ello, es capaz de servir de referencia para lo mejor y para lo peor. El fútbol es el disciplina con la primacía dentro del deporte. Por esto, me referiré a él como ejemplo. Referencia positiva fue ver como la rivalidad histórica de las hinchadas del Sevilla y del Betis acababa por el duelo de Antonio Puerta, fallecido en el terreno de juego. Referencia negativa fue la Guerra del fútbol o Guerra de las Cien Horas, entre Honduras y El Salvador, producto de las eliminatorias de la Copa del Mundial de Fútbol de 1970 entre sus selecciones.
En nuestra sociedad, el deporte de base es una actividad considerada de gran ayuda al desarrollo integral de la persona siendo en los niños y jóvenes un factor educador de primer orden. Un niño o joven educado en la disciplina y el esfuerzo que implica el entrenamiento, acostumbrado a tener hábitos sanos de vida en la alimentación, horarios de descanso, con exclusión de alcohol, tabaco... está siendo educado para ser una persona sana, física y mentalmente.
Claro está, si a ese niño se le educa en la competitividad sin límite, con una presión anormal para convertirlo en “figura”, si se le enseñan las malas artes, flaco favor estamos haciendo, pues convertimos una actividad lúdica en algo poco noble.
En la sociedad de hoy, la violencia se está viendo como un valor y no como un contravalor, que es lo que es. De hecho, podemos observar en los medios de comunicación como cuantitativa y cualitativamente aumenta, por ello, es fundamental combatirla. En esta labor, es el deporte por su efecto educador y mediático donde es necesario desterrarlo, y digo desterrarlo y no condenarlo, pues el efecto que tiene la violencia en el deporte se traslada como imagen entre deportistas y seguidores.
El primer paso es exigir al deporte profesional una mayor implicación, implicando a sus hinchadas. Tenemos, afortunadamente, ejemplos como el cercano de los aficionados del Cádiz CF o de la “demencia” del Estudiante de baloncesto, que deben ir a más, deben proliferar. Un gol, un partido, no vale una agresión ni pasar un mal rato. El deporte debe ser un encuentro de disfrute lúdico, donde puedan ir familias tranquilamente. En él no deben caber energúmenos como ese hincha francés condenado por los Juzgados de Madrid, que es mostrado como héroe de su afición. Lamentable.
El segundo paso esta en el deporte de base. Ese espacio donde se educan niños, donde juegan y en donde se están produciendo mayor número de hechos reprobables. En lo que va de temporada, seis incidentes graves con árbitros de fútbol en nuestra provincia, uno pasando dos veces por quirófano, otro hospitalizado. Lo más grave es que, en uno de los casos, es un padre el que arremete a otro joven, que actúa de arbitro. Menos mal que son encuentros de base, si fueran finales de campeonatos profesionales, ¿de qué serían capaces?
Es el momento de tomar conciencia, empezando por los directivos de los clubes y los padres, de que no se deje el más mínimo resquicio a la violencia, pues con ello, estaremos cerrando el paso de la violencia en la calle.
Quiero dedicar este artículo a Franco Cano, joven árbitro y sufridor, en nombre de su colectivo, pues sin ellos no habría la competición que, como todo en la vida, tendrá errores y aciertos, pero al final queda algo más importante que el resultado, una actividad noble para la persona.